10.6.10

Sed de cambiar (anticipo)

Mi novela 3, La Llave, tiene muchos niveles y lecturas, como cajas chinas con cuadros dentro de cuadros. Dentro de uno de esos niveles encontré un texto que me parece digno de ser amputado y presentado aparte, para consideración general, como modo de anticipo y de paso para reabrir mi blog después de mucha ausencia.

En pocas palabras, me interesa generar un diálogo.

Quien quiera decir algo, será bienvenido.

FG

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Sed de cambiar

Ensimismado en la pena clásica de olvidarnos Federico Grasso relee El Tiempo Se Estaba Acabando Para Ella. No hay hombre que rinda un continuo homenaje a sí mismo como él. No hay sed de crecer en un autor como Grasso, sólo sed de cambiar.

Con los ojos rojos y entrecerrados Grasso concentra su mirada en renglones prácticamente inexistentes. En el color de la tinta hay un verde flameante. El libro entre sus manos ha dejado de ser un mensaje para volverse un producto de consumo. Y él ya ha consumido demasiado.

Para ser sábado por la tarde el Servicompras está muy tranquilo. Los ojos le arden. Su cabeza no. Cree estarse sintiendo mejor pero se desploma sobre la mesita amarilla. Grasso, inconsciente, se pregunta qué hace y para qué.

La cultura nace del pueblo y no de un marginado como él. Se siente ajeno por decisión. Cree verse solo, inútil, sucio, desordenado y desprolijo.

Recuerda a Sabato. El individuo como representación de un movimiento histórico. Otra vez. Ser más por no ser. Ser el representante de una época es demasiada responsabilidad para alguien que se siente nadie. Prefiere ser el único representante de lo que le pasa a él. Quiere ser su propio pop y cultura y preguntarse ¿Por qué en toda la novela se repiten continuamente ideas y sucesos?

El paralelismo alimenta a las ideas concebidas y les da vida. Redundar. Paralelos que a la distancia se ven como bucles o hélices. No se puede decir que un cuerpo está vivo por estar compuesto por células. Tiene que haber un proceso de repetidas secuencias para decir que el cuerpo compuesto por una repetición de código genético casi interminable está vivo. Átomos paralelos que a la distancia se ven como bucles vivos.

Esta obra, este mundo, está vivo. No se le puede decir a un organismo vivo “Pará, pará. Eso ya lo hiciste.” Hay que dejarlo ser y hacer y apreciarlo como tal.

Es la poética de la novela, la perspectiva idealizada de repeticiones que componen un único producto final con inutilidad económica. Está dicho en R., ese cuento en AW. Está dicho en Todas son iguales, esa canción metaficcional de Andrés Calamaro. Y está siendo dicho, desde el principio hasta este final abierto, en La Llave.

¿Y dónde queda la indagación? ¿Por qué repetir superficies y no buscar en lo profundo? La vida de Federico Grasso en San Juan es la de un espectador crítico. Él sabe, ve y menciona el desacomodo económico: Mucho dinero en pocas manos, mucho poder en esas mismas pocas manos y muchos corderos fáciles de dominar. Ve en la provincia muerta una producción mínima, atosigada por el interés monetario individualista de no progresar.

Hombres y mujeres pedaleando en el aire para no morirse y otro montón igual, pero chupando de la teta del estado. Un pueblo que no se puede justificar pero que ya es ciudad. Un lugar donde el dinero y poder que se reparte entre pocos viene del gobierno. Un falso crecimiento económico camuflado en una circulación monetaria idiota: “Tomá diez, dame cinco. Mirá, mirá: recaudé cinco; debe estar re-bien todo esto entonces...”

Mucho poder que hace lo que quiere con la vida de los corderos y muchos corderos listos para vivir sin criticar o pensar lo que les dicen que son. Hijos de corderos que nunca van a poder elegir entre ser o no ser corderos, porque sus destinos se marcaron antes de nacer. Porque el dueño del pastizal será bastante estúpido, pero no es pelotudo, y los mantiene más estúpidos que él, para que no haya lugar para problemas.

Ese Grasso, dopado para tratar de calmar el dolor, no puede y no quiere indagar de más en eso que ve, menciona y es parte suya. En esos planteos conscientemente superfluos ve el espíritu de su búsqueda de respuestas, no indagando puntualmente, sino visualizando todo el panorama.

Porque no hay grandes problemas en el mundo. Todo lo que es y sucede es vivir y no hay verdaderos problemas en eso. Sólo un gran dilema incontestable, la pregunta pura que ningún hombre o mujer logra contestar pero igual se sigue preguntando:

¿Qué motiva los cambios impostergables, el deseo de crecer, la sensación de notarse desconocido y el anhelo a sentirse fuerte por enfrentarse a todo eso con lo que se pueda?

La ficción motiva la vida de aquel ser patético con ojos rojos que no puede sostener su propio libro, que ya hace rato se le fue de las manos, desplomado sobre esa mesita amarilla.

Ser un autor de novelas en San Juan es como ser uno de esos perros callejeros que dan vueltas por las calles gracias a que ya no hay fondos para esterilizar perros callejeros:

Un ente solitario e ignorado que no tiene futuro y cuya única función es subordinarse al tiempo hasta dejar de ser un sobrante por dejar de existir.

No es difícil entender entonces por qué Federico Grasso prefiere un San Juan con logias que se disputan el control imperceptible del mundo y no el San Juan real.

[Final alternativo de La Llave.]