19.5.08

Corto análisis de "El Tiempo Se Estaba Acabando Para Ella"

La novela El Tiempo Se Estaba Acabando Para Ella se divide en cinco partes, de siete capítulos cada parte; dando un total de 35 capítulos. Cada parte está diagramada como una aproximación geométrica del concepto cuyo título envuelve. Cada capítulo es un collage de distintos métodos ya tradicionales de novela; distintas técnicas más o menos formales de suponer una novela de ensamble, cuya integridad se transcribe como la sumatoria de individuales.

En el plano narrativo la composición de la novela también sigue esta lógica. La historia se desenvuelve a partir de aproximaciones subjetivas dadas por los personajes. Es aquí donde Grasso usa y desusa la técnica que J.D. Salinger dominó con maestría en The Catcher in the Rye. Grasso juega a ir cambiando el narrador en primera persona porque así va componiendo una realidad ficcional única a partir del entretejido de realidades ficcionales subjetivas. Desde allí la novela se puede leer como un gran ensayo psicológico acerca de esa realidad psicótica-esquizoide desdoblada; una sola realidad que es una sumatoria de realidades. ¿Es entonces ese autor entrometido en el texto un solo ser, cuyas múltiples personalidades remiten a distintos personajes o es simplemente una aproximación al quién y al qué en la psiquis de cada uno de los personajes mediante el desarrollo de técnicas que oscilan entre Unamuno y Salinger, pasando por Sábato?

Pero todo esto no se resuelve como las partes, con una armonía simétrica y numérica. Es todo lo contrario. Esa estructura perfectamente numérica se llena del esbozo más insensato que los personajes pueden aportar: humanidad, inmensurable humanidad.

Así el contraste entre forma (perfección matemática) y contenido (imprecisión humana) se entreteje con el correr del plano narrativo de la obra.

Mientras tanto, el segundo plano, la subtrama de la que habla Grasso en sus textos teóricos, se desenvuelve desde principios Sartreanos: Un autor aturdido por la vigilia que es construir un mundo ficcional y una encrucijada de tiempo-espacio que lo tortura como sólo las verdaderas obsesiones pueden hacerlo.

Ahí vuelve el juego de orden-desorden que Grasso hace entre forma y contenido. Pues el libro, en una de sus tesis (o debería decir una de las tesis de la subtrama) resuelve que el tiempo domina todo, así como el lector domina el libro, dándole vida mientras lo observa (sumergiendo al contenido a ese falso libre albedrío que sugiere el autor) y quitándosela cuando se lo cierra. Y contra esa omnipotencia temporal el autor desordena la trama narrativa, la hace saltar y volver a saltar; le quita la pureza lineal al tiempo, sólo para mostrar que incluso inmerso en el sometimiento de un falso libre albedrío el hombre tiene opción.

Es que ver jugar a Grasso con los mundos de autor recuerda a un niño que susurra a su madre que él es dios, aquel que todo lo siente pero nada tiene.

Damián M. Díaz

1 comentario:

* estrellada * dijo...

Ahora quiero leerlo!


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